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Además de la corrupción, la desorganización, el valemadrismo, etc. una de las características más importantes de México es la calidez de su gente y la facilidad del trato entre las personas. Cuando uno conoce a una persona mayor, el primer impulso es llamarlo cariñosamente “Don” o “Doña”, a todo mundo se le dice “guey” y parece que los nombres cristianos que nuestros amados padres nos dieron no sirven de mucho porque a todo mundo le dicen “el chairas” o “el mandril” etc.
En México asumimos que cada persona que conocemos es amigo nuestro… que somos algo así como una gran familia… nosotros y la parte de la población con la que nos identifiquemos. Y eso está muy bien. Hasta que nos damos cuenta de que el hecho de sentirnos en cualquier lugar como en nuestra casa y el pensar que podemos donear y gueyear a cualquiera, que podemos hablar con y de personas que no conocemos como si fueran parte de la familia puede ser una de las causas de los problemas mencionados arriba.
Por ejemplo, si en el momento de agilizar algún tramite alguien se topa con alguna dificultad el primer impulso es a) o echarle la culpa a alguno de los empleados -como si personalmente estuviera tratando de jodernos o b) tratar de agilizar las cosas acá entre nos.
El nepotismo rampante que existe en México -en todos los niveles, desde las altas esferas de gobierno hasta las organizaciones más insignificantes-, nace de una misma mezcla entre lo que es público y lo que es privado: “si yo gozo de algún poder o posición especial, ¿porqué no voy a compartirlo con mis amigos y seres queridos? “. De la misma manera la forma en la que muchos llevan su vida profesional o su trabajo: “pues si ese cabrón se enoja porque no lo entregué a tiempo muy su pedo”. A veces pensamos que todos somos iguales en el fondo y entonces lo único que nos diferencia es la preferencia sexual, la múscia que escuchamos, los programas que vemos; pues no, no somos iguales.
Y lo que nos distingue no son las cosas que hagamos en nuestra vida privada sino la manera en la que nos las habemos en la vida pública. Esto se refleja en cuestiones como la tolerancia religiosa, el aborto o la cuestión de los homosexuales: unos se indignan porque despenalizaron el aborto en la ciudad de México y legalizaron las bodas gay mientras que los otros van y se indignan por lo que dicen el cardenal y el papa al respecto, si tuvieran que sorprenderse porque una institución que existe desde hace siglos no cambia sus dogmas de fé sólo porque hoy en día tenemos la marcha gay del DF.
La cuestión aquí es la siguiente: de manera personal todo mundo tiene derecho a pensar y hacer lo que quiera -las instituciones públicas están ahí para garantizar ese derecho- pero de manera públicas tiene que haber una cierta deferencia (incluso indiferencia) hacia la manera en la que los demás llevan su vida. Dentro de esa deferencia está también el no tratar de hacer menos a otros por sus características físicas, sociales o económicas y no por ser buena ondita, o tener una mentalidad muy avanzada o querer ganarnos su afecto sino porque no tiene por qué importarnos. Porque eso es lo que son: extraños. Y esa deferencia no puede existir mientras sigamos sintiendo que estamos hermanados con toda persona con quien nos encontremos, que la conocemos de alguna manera o que sabemos lo que está bien para ella.
Mientras no exista esa deferencia en el trato entre las personas que conforma la vida pública (hablarle de UD. a las personas que no conoces, no sentir que eres muy acá, muy mamón o lo que sea sólo porque te expresas con propiedad en ciertas circunstancias). Esto tiene una última consecuencia (y sé que mucha gente no va a estar de acuerdo): con un trato más distanciado se profundizan también las relaciones que ya tenemos. ¿Qué firmeza pueden tener los cimientos de una amistad trabada entre dos personas que tratan a todo el que se encuentran de guey y sienten que pueden ponerse familiares con él desde el momento en que lo conocen?
FUENTE: Hazme El Chingado Favor